Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1879-1880 (Cortes de 1879 a 1881)
Sesión: 16 de junio de 1880
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 191, 4888-4892
Tema: Libre ejercicio de la regia prerrogativa

El Sr. PRESIDENTE: Continúa la discusión pendiente sobre la proposición de "no ha lugar a deliberar." (Véase el Diario num. 189, sesión de 14 del actual y Diario num. 190, sesión del 15 de ídem.)

El Sr. Sagasta tiene la palabra para rectificar.

El Sr. SAGASTA: Si yo tomara hoy, Sres. Diputados, por primera vez parte en este debate, comenzaría por felicitarme de la resurrección del partido moderado, porque me gustan las situaciones claras y definidas. Ante el partido liberal en este lado, está ahí el partido conservador junto, es decir, el partido moderado.

Y digo esto, porque para inspirar, para dirigir las mayorías en ambos Cuerpos Colegisladores, son los moderados, son los ultramontanos los designados. Las mayorías puras de esta situación, aquellas que dirige muy singularmente el Sr. Ministro de la Gobernación, por lo visto ya no sirven más que para votar. Pero como yo no tomo parte por primera vez en este debate, y no tengo derecho más que para rectificar, y no quiero salirme del Reglamento, voy a limitarme a las rectificaciones.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, entre sus muchas y distinguidas cualidades, tiene la singular habilidad de tomar los argumentos de su contrario, modificarlos, exagerarlos, cambiarlos por completo, a fin de tener luego el gusto de destruirlos y sacar de ellos consecuencias que no podría deducir seguramente si los argumentos los tomase íntegros, tal como su adversario los expone.

Digo esto, porque de los argumentos que yo hice respecto del origen del sistema representativo en este país, ha sacado deducciones que no podría sacar seguramente si los hubiera tomado tal como yo los hice. Yo decía que el vicio del sistema representativo en este país dependía principalmente del mal estado en que se encontraba el cuerpo electoral, del abatimiento que venía sufriendo, y sobre todo, del abuso que los Gobiernos han hecho de ese abatimiento. De manera que yo decía: "No hay que esperar por ahora del cuerpo electoral la regeneración del sistema representativo, porque el cuerpo electoral está muy abatido, y los Gobiernos abusan de ese abatimiento, y ante la mirada airada del Gobierno, el cuerpo electoral no puede resistir, tiene que plegarse a su voluntad. " Yo no he dicho nunca, lo ha dicho alguna vez el Sr. Presidente del Consejo, yo no he dicho nunca que no hubiera cuerpo electoral en España; lo cual quiere decir que el cuerpo electoral español no tiene conciencia, que el cuerpo electoral español no es capaz, ni puede tener jamás independencia y dignidad. Y no es eso seguramente: es que se monta una máquina de tal naturaleza, que es irresistible para el cuerpo electoral.

Se nombran los gobernadores, no escogiendo aquellos hombres de mayores conocimientos en la administración, sino aquellos que hayan dado pruebas en otras ocasiones de ser buenos agentes electorales. Se nombran administradores económicos o se sostienen los que hay, no eligiendo aquellos que administran bien o que dan más rendimientos para la Hacienda sin grandes gravámenes para los pueblos, sino a aquellos que manejan mejor el expedienteo y lo tienen preparado a fin de que sirva para las elecciones; se nombran los jueces municipales, no para que sean jueces municipales, sino para que sirvan de agentes electorales; y por eso, aun cuando su nombramiento corresponde a los presidentes de las Audiencias, se hace este nombramiento por indicaciones del Ministerio de la Gobernación, que no debe tener que ver nada con los jueces municipales; se eligen los Ayuntamientos, en cuya elección no debiera intervenir el Gobierno para nada y dejar a los pueblos que eligiesen los administradores que tuvieran por conveniente, para intervenir en las elecciones de Diputados a Cortes, y son concejales aquellos que mejor pueden servir en la cuestión electoral; y donde corresponde al Gobierno el nombramiento de alcaldes, que es en todos los pueblos importantes, se nombra alcaldes, no a los concejales que tienen más influencia natural, a aquellos que han dado pruebas de ser más honrados y mejores patricios, sino a aquellos que pueden servir mejor al Gobierno en la cuestión electoral; se interviene en las Diputaciones provinciales en el mismo sentido, para que los diputados provinciales, que tienen que administrar bien y honradamente los intereses de la provincia, administren y hagan bien las elecciones para el Gobierno; se nombran las Comisiones permanentes de las Diputaciones siempre con el mismo criterio; se nombran presidentes de las Diputaciones de la misma manera: en una palabra, toda la administración está preparada, no para administrar, no para gobernar bien, sino para que se hagan bien las elecciones a favor del Gobierno. Resulta de esto, señores, que se prepara una máquina electoral de tal naturaleza, que, no digo el cuerpo electoral español, sino el cuerpo electoral inglés que viniera aquí, haría lo que el cuerpo electoral español, lo que al Gobierno le acomodara.

De manera que aquí no se hace nada por el Gobierno sino con el propósito de prepararse para la lucha electoral. Empieza por preparar los distritos electorales en el Ministerio de la Gobernación a gusto de sus amigos; llama el Gobierno a sus amigos, y con el mapa en la mano arregla las circunscripciones y los distritos electorales. ¿Vienen figurando dos amigos en dos distritos electorales inmediatos el uno al otro? Pues entonces se reparten los pueblos a su gusto: pueblo que no parece bien a uno de los amigos del Gobierno, lo incluye en el otro distrito, a fin de que los electores tengan que recorrer mucha distancia; y se da el escándalo de que el elector tenga que pasar por un pueblo donde hay colegio electoral y no pueda votar allí sino a dos o tres leguas más allá; y hay elector que atraviesa todo un distrito electoral y tiene que ir a votar a otro distrito. [4888]

Pues, señores, desde la creación de los distritos electorales, pasando por el nombramiento de los gobernadores y llegando hasta el nombramiento de los estanqueros y guardas de montes, se hace todo con objeto electoral y para prepararse el Gobierno a la lucha electoral.

¿Qué medios tiene el cuerpo electoral para luchar contra el Gobierno? Ya he dicho que yo quisiera ver el cuerpo electoral inglés en este país, a ver lo que hacía con este sistema de gobierno y de administración.

Pero si se trata además de un cuerpo electoral que está abrumado de cargas y apenas puede con sus compromisos, ¿qué ha de hacer, más que someterse a la voluntad del Gobierno? En ese sentido dije yo que no hay cuerpo electoral, no en otro; que cuerpo electoral habría si vosotros lo dejarais en condiciones de luchar; porque, según el argumento que hacía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, si no hubiera cuerpo electoral, porque está en la esencia del país que no haya ni independencia ni conciencia para hacer lo que tenía obligación de hacer a fin de mantener los derechos que las leyes les conceden a los electores, entonces este mal no tendría fin, y tendría razón el Sr. Presidente del Consejo; el sistema parlamentario caería por su base, sería imposible el régimen constitucional. Pero no es esto; es que el cuerpo electoral no existe porque el Gobierno no quiere que exista. Si aquí, donde por circunstancias y desdichas de todos conocidas el cuerpo electoral ha estado influido por los Gobiernos, ahora, después de seis años de tranquilidad, después de la restauración, cuando grandes cuestiones políticas y grandes situaciones, y hasta grandes peligros lo exigen, cuando no se trata de hacer estas cosas más que para servir a amigos particulares, entonces, ¿cómo se ha de consentir que esto continúe de esta manera? Pues bien, yo decía: si el cuerpo electoral no sirve, no porque no tenga condiciones para servir, sino porque el Gobierno le aprisiona de tal manera que no se puede mover, entonces no hay más que un sólo remedio, que consiste en lo siguiente: pueden poner coto a este procedimiento del Gobierno las Cortes; pero como las Cortes son producto de esos artificios, no han de venir ellas a desbaratar los mismos artificios por los cuales han sido elegidas; por consiguiente, las Cortes no lo pueden remediar: pues no hay más remedio que el Rey, como guardador de la práctica sincera del régimen constitucional, como guardador de la pureza del régimen representativo, sea quien ponga el remedio.

Así no resulta lo que decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, porque entonces habría que entregarse al Rey para siempre, y el Rey sería el árbitro de tener el Gobierno a su antojo sin cuidarse de la opinión pública: no; cuando al Rey le conste que todos los Ministros aprisionan al cuerpo electoral para que no venga aquí la verdadera representación del país, podrá hacer uso de su prerrogativa para que no se repitan estas cosas y se restablezca en lo posible la pureza del régimen representativo. Y ya conoció el Poder irresponsable este peligro, ya quiso remediarlo cuando en su día quiso hacer un Ministerio esencialmente electoral, que compuesto de todos los partidos, no se ocupará más que de hacer unas elecciones verdad, como precedente para las elecciones sucesivas, a fin de establecer aquí la verdad del sistema representativo, yo deseo, Sres. Diputados, que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros nos diga si después de lo que yo he tenido el honor de manifestar, dada la manera como se vienen preparando siempre los trabajos electorales a fin de que cuando llegue la ocasión no haya medios ni posibilidad de luchar con el Gobierno, son esos males del sistema que pueden remediar las oposiciones. Que vayan, dice S.S. a predicar a los distritos para exponer sus doctrinas. ¡Ah, Sr. Presidente del Consejo de Ministros! Si vamos a predicar las buenas doctrinas, si vamos a exponer nuestros principios, si vamos a decirles a los electores que escojan entre vosotros y nosotros, muchos escogerían nuestras doctrinas; pero ante la mirada airada de un guarda de monte, el que lleva la papeleta de un candidato nuestro tiene que echar la papeleta del candidato vuestro. Pero ya que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene tanta seguridad en ese sistema, ¿por qué no deja ese puesto y va a predicar sus doctrinas? Nosotros le ofrecemos amplísima libertad; por lo menos no aprisionaremos a los candidatos como habéis hecho vosotros; no tendremos una máquina montada como la tenéis vosotros, porque hay muchas autoridades que nosotros fiamos al nombramiento y a la voluntad de los pueblos. Por lo menos no habrá tanta centralización que ahogue al cuerpo electoral como en vuestro tiempo; y por lo tanto, habrá más libertad para seguir las indicaciones de S. S. Si el Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene mucha seguridad en el sistema, el mayor favor que puede hacer a las instituciones del país es ir a practicarle. Hay más, Sres. Diputados: dejando la administración tal como está, pretender que la contienda quede para los electores, es hacer mofa de los partidos, es hacer escarnio de las oposiciones, es tomar como juguete de la ambición de los partidos las más altas instituciones del país.

Voy a otra rectificación. Insiste el Sr. Presidente del Consejo de Ministros en que la oposición no llegó al poder porque habiendo sido llamado el Sr. Posada Herrera para formar Ministerio, el partido constitucional no quiso ayudarle.

Yo he dicho sobre esto todo lo que tenía que decir; pero el Sr. Presidente dice que no había la dificultad que yo expuse de disolver estas Cortes, y que en último resultado, acompañado de algunos constitucionales, debía el Sr. Posada Herrera haber venido aquí a probar si tenía mayoría; y si no la tenía, era cuando debía haber planteado el problema de la disolución de estas Cortes. Es verdad; el Sr. Posada Herrera fue a ofrecerme una participación en el Ministerio para el partido constitucional; yo me negué a dársela; yo le dije al Sr. Posada Herrera que sería más conveniente que los constitucionales no entraran en el Ministerio, porque dudaba de que pudiera tener mayoría. Entonces me dijo el Sr. Posada Herrera que creía que la iba a tener, porque quería ponerse en inteligencia con el señor Cánovas del Castillo para formar un Ministerio con diversos elementos de la Cámara, con el objeto, con la tendencia, con el propósito siempre más liberal, porque así lo exigían en aquellos momentos las reformas de Cuba y aun las necesidades políticas, y creía que con una parte de la mayoría y los elementos liberales de la Cámara podría tener la mayoría necesaria para gobernar.

Yo entonces le dije: Si Vd. Consigue mayoría, ha de ser con elementos de la mayoría actual, y cuando más, con elementos de la fracción centralista; pero ¡con elementos constitucionales! Imposible. ¿Qué hubiera conseguido con un Ministerio así? Pues una de dos: o vivir bajo el protectorado, bajo la misericordia del Sr. Cá- [4889] novas y del Sr. Romero y Robledo, y yo no quiero vivir ni permito que el partido constitucional viva bajo el protectorado o la misericordia de nadie, o ese Ministerio hubiera tenido que caer al día siguiente de nacer, bajo la pesadumbre de 250 votos contra 100; derrota parlamentaria que no hubiera tenido precedente en los fastos de ningún país. ¿Qué se quería? ¿Exponer al partido constitucional al ludibrio del país y de la Europa? ¿Qué se pretendía? ¿Decir que de esta manera estaba ya establecido el turno pacífico de los partidos? Yo no podía aceptar eso, y no lo podía aceptar, no sólo por mi partido, sino por S. M. el Rey. Si el partido constitucional, tomando participación en el poder, hubiera venido aquí, y al día siguiente se hubiera dado un voto de censura que le hubiera derrotado y dejado maltrecho, ¿qué se hubiera dicho en el país? Se hubiera afirmado mucho la creencia que ya empieza a generalizarse, de que no hay grande afición en ciertas partes a los partidos liberales.

Pero dice el Sr. Presidente del Consejo de Ministros: "Es que entonces, dado el voto de censura, se podía plantear el problema de la disolución." ¡Ah! ¿Y quién tenía valor para plantear en aquellos momentos ese problema? ¿Quién hubiera tenido valor para proponerlo a S. M.? ¿Quién se hubiera atrevido a hacerse responsable de las consecuencias de la disolución de las Cortes en aquellos momentos? Señores, las reformas de Cuba, reformas tan urgentes que de su pronto planteamiento se hacía depender la paz de aquellas provincias; los Diputados de Cuba, que venían presurosos esperando regresar pronto a su país con las anheladas reformas; todo eso se hubiera desvanecido con la disolución de las Cortes; ¿Y qué hubieran dicho aquellos representantes de una parte de nuestro territorio, si al llegar a España ansiosos de tomar parte en nuestras deliberaciones y de estrechar los vínculos con la madre Patria, se hubieran encontrado cerradas las puertas del Parlamento? Se hubieran llamado a engaño y se hubieran vuelto a su país dando la razón a los que explotaban la indiferencia de la Metrópoli.

¡Ah, señores! Las consecuencias que de esto hubieran sobrevenido, me asustan y deben asustar a todos los españoles; me entrego al juicio de los Sres. Diputados de la gran Antilla. ¿Quién se hubiera atrevido entonces a significar al Rey semejante medida? Yo de mí se decir, ya que tanto se ha acusado al partido constitucional de que está impaciente por obtener el poder, yo de mí sé decir que en aquellos momentos de crisis dije en todas partes, a todo el que me quiso oír, que el partido constitucional no podía ser llamado a los consejos de la Corona en aquellos momentos, porque el partido constitucional no podía gobernar con la mayoría, y la entrada del partido constitucional en el poder traería como consecuencia la disolución de las Cortes, cosa que yo no me atrevía a aconsejar al Rey en aquellos momentos. ¡Y se dice, señores, que hay impaciencia es este partido!

Impaciencias de los partidos. ¡Ah! El partido constitucional no es impaciente por el poder; no quería el poder por el poder: quiere el poder para desempeñarlo en buenas condiciones, para llevar desde él a la práctica todos los compromisos que en la oposición ha contraído, porque cree que su advenimiento al poder es conveniente para la prosperidad de la Patria y para el afianzamiento de las instituciones; pero no le quiere cuando no puede desempeñarle desahogadamente, cuando no le puede obtener en buenas condiciones, y sobre todo, cuando su advenimiento al poder puede traer peligros a las altas instituciones.

El Gobierno se ha fijado mucho en el nombre de este partido: no se pare el Gobierno es esas puerilidades, y se las voy a desvanecer de ahora para siempre. ¿Me ha creído el Gobierno bien encarnado en el partido constitucional? Me parece que sí. Pues a pesar de eso, yo no he dejado de ser progresista y de llamarme progresista, y cuando se habla de progresistas vuelvo la cabeza creyendo que me llaman; pero no por eso he dejado de ser el soldado, no diré el más fiel, porque todos lo han sido, pero sí el más decidido del partido constitucional. Pues bien; lo mismo digo ahora; pertenezco al partido liberal, pero no dejaré de ser constitucional ni progresista, y seré progresista constitucional y liberal (Interrupciones y risas), porque puedo serlo sin inconsecuencia. Como todo es igual, podéis llamarme como queráis, que de todos modos respondo. El que es liberal es progresista, porque la libertad no consiste más que en eso, en seguir poniéndose al frente del progreso para dirigirle y no para contrariarle; y el que se pone al frente del progreso es progresista y liberal; y como la libertad en este país se funda en el respeto sincero a la Constitución del Estado, también somos constitucionales; por consiguiente, llamadnos como queráis.

Aquí no tenemos dos calificativos opuestos para emplear aquel que convenga a nuestras miras del momento; pero vosotros, liberales-conservadores, os llamáis liberales cuando queréis atraeros los elementos liberales, y conservadores cuando queréis atraer a los conservadores. De modo que no sé por qué tenéis la pretensión de que nos hemos de llamar siempre de un modo: ya, por lo visto, no basta que los partidos tengan el nombre de bautismo, sino que también tienen que llevar el de la familia. Así es que tenemos en la derecha el partido moderado histórico, que debe tener muchos prosélitos en esa mayoría, porque un Sr. Diputado que procede de ese partido dijo que se había quedado en la mayoría porque estaba inspirada en los procedimientos y en el espíritu del antiguo partido moderado. Ayer lo dijo, y lo dijo hablando en nombre de la mayoría, dirigiendo una de esas batallas que las mayorías dan haciéndose representar por la personalidad que mejor las personifica. (El Sr. Sánchez Beyoda pide la palabra.) Por lo visto, los Diputados de la antigua mayoría no sirven más que para votar.

En la derecha tenemos el partido moderado histórico y el liberal-conservador o conservador-liberal, porque unas veces anteponéis el calificativo de conservador y otras el de liberal, sin perjuicio de usar uno u otro cuando os conviene. (Una voz en la mayoría: El orden de los sumandos no altera la suma) También podría yo decir que la antigua mayoría no tiene otra misión que la de interrumpirme, que es el encargo que ha tomado ese caballero que me interrumpe. Por lo demás, el orden de los sumandos no altera la suma; pero debe tener S.S. entendido que no se pueden sumar cantidades heterogéneas.

Prueba de que las palabras liberal y conservador significan dos cosas distintas, es que en algunos países no hay más que dos partidos, uno que se llama liberal, que es el que proclama en la oposición y practica en el gobierno las reformas, y otro que se llama conservador, que suaviza los rozamientos y dificultades de esas reformas, consolidándolas. Liberal y conservador significan, pues, dos cosas distintas en el len- [4890] guaje común, aun cuando los conservadores sean liberales y los liberales sean conservadores.

En la izquierda tenemos progresistas democráticos, los republicanos unitarios y los republicanos federales? Me hace el Sr. Martos una interrupción que tengo mucho gusto de contestar: que aquí no hay elementos federales. Es verdad; yo me refería a los partidos del país, no sólo a los aquí representados.

Pues bien, señores; ¿podía haber ningún hombre político, fuera del Sr. Cánovas del Castillo, que en aquellos momentos se atreviese a aconsejar a S. M. la disolución de las Cortes? No podía aconsejarse una cosa más perjudicial para la Corona y para el país.

Yo no sabía si el Rey entonces había tenido la bondad de llamar al partido constitucional; pero de antemano dije a todos los que quisieron oírlo que el partido constitucional no podía entrar en el poder en aquellos momentos, porque para entrar le era necesario disolver las Cortes, y yo no cargaría con la responsabilidad de aconsejar al Rey semejante cosa. Así es como se producen los hombres de gobierno, así es como se producen los que tienen verdadero patriotismo, los que sólo quieren el poder para el afianzamiento de las instituciones y la prosperidad del país; pero cuando de su aceptación pueden resultar peligros para las instituciones y para el bienestar del país, no y mil veces no, no deben aceptar el poder.

Pero es la verdad que el Rey, comprendiendo esta misma razón y poseído de un sentimiento verdaderamente patriótico, resolvió constituir un Gobierno que fuera más liberal que lo había sido el Sr. Cánovas del Castillo y siguiera la misma marcha que había iniciado el Gobierno del general Martínez de Campos, porque así lo exigían las reformas de Cuba, y porque los conservadores podrán llevar a cabo todas las reformas que quieran, incluso las liberales, pero no tienen la autoridad y prestigio que tienen los partidos liberales para hacerlas. Se necesita, además de esa autoridad, mucha confianza, y no pueden inspirarla los que combaten las ideas liberales mantenidas por la oposición.

Por eso hay el deber moral de que sean los partidos liberales los que planteen las reformas, y que cuando hay necesidad de atemperar los efectos exagerados que esas reformas hayan producido, sean los llamados a hacer este servicio los conservadores. Pues bien; el Rey llamó al Sr. Posada Herrera; el Sr. Posada Herrera estuvo dispuesto a formar Ministerio, pero no encontró en la mayoría el apoyo necesario para gobernar. No le faltó el de la minoría, porque de la misma manera que yo negué Ministros para formar Ministerio, le ofrecí mi apoyo y el del partido constitucional. Yo le dije: no le doy a Vd. Ministros, pero le ofrezco el desinteresado apoyo del partido constitucional, sobre todo para la urgencia de las reformas de Cuba y para legalizar la situación económica, únicas cosas en que deben ocuparse el Gobierno y el Parlamento ahora, hasta que resueltas estas cuestiones pueda el Rey con más desembarazo disponer de su Regia prerrogativa.

El Sr. Posada Herrera quiso en efecto formar Ministerio; pero no debió olvidarse, porque lo sabía todo Madrid, que ni aún para esas cuestiones urgentes contaba con el apoyo de la mayoría, que estaba dispuesta al día siguiente a darle un voto de censura. ¿Qué quería el Sr. Cánovas del Castillo? ¿Que ante este hecho evidente se presentara aquí a recibir ese voto de censura? Se comprende que el Gobierno que lo es se presente en el Parlamento a recibir ese voto de censura; pero al que no lo es, al que trata de formar Gabinete y tiene la seguridad de que va a ser derrotado, ¿quién puede obligarle a que venga a recibir un voto de censura al día siguiente de haberse formado?

El Sr. Posada Herrera, pues, no formó Ministerio porque no pudo formarle ante la actitud hostil de la mayoría, que más que al Sr. Posada Herrera era en realidad hostil a la Regia prerrogativa. Antes de llamar al Sr. Posada Herrera, el Rey había querido otra solución y había manifestado deseos de que el Sr. Martínez de Campos continuara en el poder; de manera que hubo dos soluciones que la mayoría no aceptaba: una, la del general Martínez de Campos, y otra, la del Sr. Posada Herrera; dos soluciones que el Rey quiso adoptar y que esterilizó la mayoría. Pues todavía, viendo el Rey que era imposible cualquiera de esas dos soluciones, dada la actitud de la mayoría, retrocedió en el camino que había emprendido y buscó dentro de la mayoría, ¿acaso al Sr. Cánovas del Castillo? Todavía no le llamó; llamó al Presidente del Congreso, al Sr. Ayala. Dicen sus amigos que se excusó con su enfermedad. Yo no pongo en duda que por su enfermedad podrá haber sido; pero, dado su patriotismo, yo creo que a pesar de su enfermedad, si hubiera sido otra la situación de esta mayoría, hubiera aceptado el poder, siquiera teniendo en cuenta la necesidad de hacer las reformas de Cuba y la de discutir los presupuestos; pero no quiso resignarse a vivir bajo el protectorado de sus amigos y correligionarios, porque recordaba bien las consecuencias de este mismo protectorado en otras ocasiones.

Tres soluciones estériles; y todavía pudiera añadir alguna otra: pero como no llegó a formalizarse por las mismas condiciones de la mayoría, no la nombro. Realmente hubo cuatro proyectos distintos antes de llamar al Sr. Cánovas del Castillo.

Por fin el Sr. Cánovas del Castillo fue llamado al poder. ¿No es verdad, Sres. Diputados, que el país y la opinión pública vieron que la llamada del Sr. Cánovas del Castillo después de cuatro soluciones intentadas, es una llamada impuesta por las circunstancias, y que esa llamada significó ni más ni menos que una interinidad aceptada hasta que esas circunstancias cesasen? Todo el mundo lo pensó, menos el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que ya para prepararse contra esa eventualidad dijo en la otra Cámara que él estaba demasiado alto para servir únicamente para legalizar situaciones. ¡Muy alto! ¿Qué idea tiene S. S. de los deberes de los hombres políticos? ¡Mucho para S. S. venir a realizar una cosa que puede ser patriótica, aunque sea para dejar en seguida el poder! ¡Ah! Los hombres políticos, cualquiera que sea su altura, no cumplen con su deber si una vez llamados para realizar cosas que son útiles a la Patria, no acuden a ese llamamiento, aunque sea para dejar el poder inmediatamente. ¿Por dónde hay nada a que sea superior S. S., tratándose de los intereses del país y de los intereses de las altas instituciones?

Si el Rey bajo la presión de las circunstancias acudió al Sr. Cánovas para legalizar la situación, y S. S. aceptó el poder, S. S. ha prestado un gran servicio al Rey y al país, y debe estar satisfecho de haberlo prestado. ¿Qué significa eso de que es S. S. mucho para venir a legalizar situaciones? ¿Pues no sabe S. S. que muchas veces depende la suerte y la prosperidad de los pueblos de legalizar una situación, de dar solución a un problema, de resolver una cuestión constitucional? Pero es que S. S. desde su altura no viene al poder [4891] más que para permanecer largo tiempo en él, aunque en ese largo tiempo no haga cosas contraproducentes.

¡Ah, señores! ¡Advertir a la Corona que él no es para legalizar situaciones! Su señoría en situación difícil ha resuelto un problema complicadísimo: ha legalizado la situación económica del país, ha hecho las reformas de Cuba, más o menos completas y convenientes. Suceda allí lo que quiera, ya no hay pretexto; y antes, no solamente lo hubiera habido, sino que hubiera podido calificarse de motivo más o menos justificado. Su señoría, pues, ha prestado un servicio al país; y una vez prestado, una vez legalizada la situación, no cumple con el deber de todo buen monárquico y de todo buen patriota, si no le dice a S. M.: "Ahí está mi dimisión para que V. M. haga uso de su prerrogativa." (Una voz: Eso es lo que conviene.) No es porque nos convenga a nosotros; es porque le conviene a la misma estabilidad y a la misma fuerza del señor Presidente del Consejo de Ministros; porque de otra manera podrá decirse que continúa cuando fue llamado por una imposición, y es necesario que se sepa que está en el poder por la voluntad libérrima de la Corona, expresada sin tener delante ninguna dificultad.

De manera que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, en bien de sí mismo, debe hacer eso. ¿Es que tiene la confianza de la Corona? Pues la Corona le confirmará en su encargo, la Corona le seguirá dispensando esa confianza; pero se la dispensará sin estar en estado de presión por las circunstancias; se la dispensará cuando no hay ninguna cuestión que coarte en manera alguna la prerrogativa Real; y se la dispensará, en fin, espontáneamente, con toda su completa libertad. (Un Sr. Diputado: Como ahora.) No; como ahora no; porque si hubiera tenido el Rey la completa voluntad de llamar al Sr. Cánovas, no hubiera llamado a otros antes.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros debe presentarse a S. M. el Rey y decirle: "Señor, las circunstancias que obligaron a V. M. a hacer uso de su Regia prerrogativa en mi favor, han terminado; los presupuestos han sido aprobados, las reformas de Cuba están planteadas, los Diputados de aquella isla pueden volverse a su país tranquilos; y ahora que han pasado estas circunstancias, aquí está la dimisión del Gobierno, para que V. M. resuelva con arreglo a lo que reclaman los intereses del país. " ¿Qué hace en lugar de esto?, ¿qué haría cualquier buen patriota y cualquier buen amante de la Monarquía? Pues lo que hace es presentar en el Senado y en el Congreso proposiciones que dicen: "La continuación de este Ministerio es conveniente al afianzamiento de las instituciones y a la prosperidad del país. "

¡Vaya una manera de facilitar el uso de la Regia prerrogativa! No le queda al Rey más remedio que despedirle, retirarle en absoluto su confianza, cosa a que no debe obligar nunca al Monarca ningún Ministro. Y es, señores, que yo me voy convenciendo de una cosa; y voy a terminar, porque estoy abusando de vuestra indulgencia: me voy convenciendo de que el señor Cánovas del Castillo es más aficionado a la Monarquía constitucional a aquellas Monarquías petrificadas asiáticas; más aficionado que al Monarca constitucional a aquellos Dux venecianos que con toda su inteligencia eran fiel instrumento y algunas veces degradados, de tiránicas oligarquías. [4892]



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